Ir a trabajar se convirtió en una lucha, mi cuerpo se despertaba, se duchaba, se vestía y desayunaba. Y de repente se activaba el interruptor de ASCO en mayúsculas y la mente volaba hasta el trabajo sin nisiquiera estar aún en la calle. Lentamente visualizaba el lugar, la gente, los jefes y el descanso de la noche se evaporaba.
Era entrar en el trabajo y me molestaba hasta el olor. Y allí estaban mis compañeros dispuestos una mañana mas a echar aún mas leña a un fuego que ardía con llamas inmensas. Cada minuto de aquella jornada se convertía en agónica. Mi cara no sonreía, estaba a la defensiva, aburrida, hastiada y asqueada. Deseaba que me echaran con todas mis fuerzas, a pesar del piso, la luz, el agua, el gas y la comida, a pesar del tabaco, a pesar de internet, a pesar de los pesares. Si tanto lo odias ¿Por qué no te vas?
Esa pregunta aún la odiaba más, me obligaba a disculparme de mi profundo odio hacia mi trabajo: Porque me quedo sin indemnización. Porque con todo lo que he luchado no se van a quedar con mi dinero.
Tampoco buscaba otro trabajo, estaba allí día tras día, odiando, odiando, odiando.
Hasta que me quebre como una ramita y me abandoné a la deseperación. Creí que era fuerte, creí que esas cosas les pasaban a otros. Nunca creí en la depresión hasta que me paso a mi. En esa miseria comenzó mi despertar.
Si bien la semilla estaba plantada desde que era pequeña fueron los propios compañeros de trabajo que empezaron a mirarme como a una ingrata que los había abandonado, que fingía simplemente para no tener que volver a trabajar, los que regaron con su saliva de despropositos, la plantita que ya llevaba dentro. Sólo puedo dar las gracias.
Nunca mas tendré que disculparme por ser, hacer o decir lo que desee cuando lo desee.
Esta es la historia de un despertar. Mi historia.